El propósito vital desde la mirada transpersonal

Mucho se habla y se escribe sobre este concepto también llamado propósito de vida. La idea general que se tiene es que se trata de una idea o sentimiento profundo que da dirección, sentido y significado a la vida de una persona. Es aquello que, al descubrirlo, hace que la existencia se sienta más coherente, valiosa y plena.

No se trata solo de una meta profesional o de éxito externo. Va más allá. Es una combinación de pasiones personales (lo que amas), talento o habilidades (lo que se te da bien), valores (lo que consideras importante) y contribución a la vida (como puedes impactar al mundo o a los demás).

Tener una vida más coherente, valiosa y plena…

Esta definición podría coincidir con la mirada transpersonal siempre que el concepto de talento o habilidad no necesariamente esté relacionado con una profesión o un hacer “bien”. En el camino transpersonal no existe una ventaja por tener un talento u otro. Todos los seres somos igual de perfectos y no hay esa mirada de “don” especial puesto que todos somos especiales.

Tampoco existe un concepto de vida “no valiosa”, todas las vidas lo son por igual.

Por lo tanto, a la hora de hablar de propósito vital, en la mirada transpersonal o espiritual no hablamos de talento, de pasión, de vocación, de misión o llamada, ni siquiera de Ikigai.

Ikigai es una palabra japonesa que no tiene un significado literal pero que podría traducirse como la razón de ser o la razón de existir. Un motivo para que la vida tenga sentido y levantarse con el ánimo adecuado por las mañanas. En definitiva, un motivo para estar satisfecho con la vida misma.

En occidente, más allá de las definiciones o miradas más tradicionales de japón, el Ikigai ha quedado como la intersección de cuatro elementos: lo que amas (pasión), en lo que eres bueno (talento), lo que el mundo necesita (misión) y que además pueden pagarte por ello y lograr vivir dignamente (vocación y profesión).

Se trata de un enfoque que equilibra lo personal, lo profesional y lo social y da un sentido práctico y a la vez espiritual a la vida diaria.

Ahora bien. ¿Qué ocurre con las personas que no tiene una vocación marcada? No niego que tenerla provoca pasión y disfrute y da mucho sentido a aquello que te pongas como objetivo, pero qué pasa si no posees nada de esto.

Entre mis clientes hay muchas personas con edades de 45 o 50 años o incluso más que nunca lograron sentir la llamada de la pasión por una actividad laboral determinada. La mayoría de ellos se sienten atraídos por muchas cosas y muy variadas, pero ninguna con la pasión que solemos adjudicar a la vocación. ¿Qué ocurre entonces? ¿Un nuevo motivo de frustración? ¿Estoy condenado a tener una vida más desgraciada porque soy una persona con la mala suerte de no tener vocación? ¿Me falta algo? ¿Estoy mal diseñado? ¿he salido defectuoso? ¿Debo conformarme con mi mala suerte?

O cuando se habla de destino o de misión. De sentir una llamada. De poder conectar con todo el potencial y el don que se nos ha dado para traer algo al mundo. Y si no siento la llamada. ¿Qué hay mal en mí? ¿Debo esperar a ver si se produce? ¿Acaso no estoy siendo capaz de escuchar como surge mi propósito y lo estoy dejando pasar sin darme cuenta?

Cuando se habla de autorrealización se habla de la cúspide de la pirámide de Maslow y se hace referencia a la mirada de la psicología humanista y a la posibilidad de alcanzar uno su mejor versión. Esto es algo que también defiende el coaching. Ser capaz de convertirnos en todo nuestro potencial. Entendiendo potencial como la capacidad de ser o de hacer en el mundo aquello que nos pongamos como objetivo. O ser la versión de nosotros mismos con la máxima expresión de nuestras cualidades.

Esta es una mirada que también se acerca a la mirada transpersonal, pero no necesariamente conecta con una mirada espiritual.

Desde la mirada transpersonal, aunando lo espiritual de las tradiciones contemplativas de oriente y la mirada de la psicología transpersonal de occidente, se considera el propósito vital como un impulso que va más allá del ego o del “yo” individual. Que nos conecta con algo más grande (el universo, la conciencia, Dios…). Puede además implicar experiencias trascendentes como la meditación profunda, el misticismo, o la sensación de unidad.

Estamos hablando de un anhelo que tiene una fuerte carga espiritual y evolutiva. El propósito no solo da sentido personal, sino que está al servicio del todo. Es dinámico y puede cambiar con la madurez o expansión de la conciencia.

Desde la mirada espiritual hemos venido a este mundo a crecer, como las plantas. A ampliar la conciencia con el fin de responder a la gran pregunta. ¿Quién soy yo? El viaje es un viaje hacia nosotros mismos, a reencontrarnos, o más bien a reconocernos.

Somos seres espirituales teniendo experiencias terrenales. Como dijo Teilhard de Chardin. Y hemos venido a esta existencia encarnada con la misión de volver a conectar con nuestra esencia espiritual. Es un viaje interior para conectar con nuestra más pura esencia y con algo más grande que nuestro yo y para conectar con los demás en lo que nos hace ser lo mismo, en esa unión no dual de la cual somos apariencia de diferencia.

Se trata de un camino de ampliación vertical como si fuéramos hojas de un árbol que buscan entender su única raíz y tronco común. Y una ampliación de conciencia horizontal a través de la compasión. Un viaje del yo al nosotros en el cual no existe un otros. Como hojas que se ven diferentes hasta que toman conciencia de sentir que son el mismo árbol.

En este sentido, ¿dónde cabe entonces, la misión, la vocación, la autorrealización, el destino, las pasiones o el Ikigai?

El propósito vital tiene dos componentes. El fondo, la esencia, que es el viaje interior hacia el yo y la no dualidad. Y la expresión del propósito que es la forma. Hay multitud de formas para expresar el propósito del viaje del yo al sí mismo y del yo al nosotros. Cualquier actividad que sea coherente con ese propósito último, será una expresión adecuada del propósito. Crear una escuela, hacerse arquitecta, crear una empresa, cuidar de la propia conciencia en cualquier profesión, desarrollar la contemplación y la compasión en cualquier actividad. No importa la profesión, la actividad o el proyecto. Si estoy en un viaje de conciencia hacia dentro y hacia el desegocentrismo, estoy en el camino.

La expresión del propósito es algo dinámico y es lo que muchas veces los humanos confundimos con el propósito en sí. El estado de flujo que sentimos ante retos y actividades no necesariamente coinciden con el propósito esencial. De igual manera que una expresión alineada con el propósito esencial no supone necesariamente un éxito en su desarrollo. Es decir, yo puedo crear una fundación para ayudar a personas necesitadas con mi mejor intención, amor y compasión y la fundación puede arruinarse, perder sus fondos y tener que cerrar. Estar en coherencia con el propósito es estar en el camino esencial y no necesariamente debe ir acompañado del éxito de este viaje encarnado que llamamos vida. De hecho, podemos analizar que significa éxito. Y qué sentido adquiere esta palabra cuando hablamos del viaje del desegocentrismo.

Cualquier proceso, cualquier actividad en la vida, siempre sale como debe salir y trae la información que debe traer, no importa si el resultado es el deseado o no por nosotros. Enredarnos en esto es también parte del viaje.

La vida, en un ejemplo simbólico, sería como ir a un gran supermercado. Unos se apasiona con algún producto y compran siempre el mismo. Otros buscan lo más económico y comprar bueno y barato es causa de regocijo. Otros gastan sin pensar, porque cantidad es algo que necesitan sentir, y otros necesitan sentirse especiales y compran productos elitistas o que pocos se pueden permitir. Ninguno de estos viajes necesariamente es un propósito vital desde el punto de vista transpersonal.

De hecho, cualquier actividad que busca mi disfrute, mi placer, o mi compensación a mis carencias y necesidades internas no atendidas, es más una acción compensatoria que un propósito. La búsqueda del sentido de la vida fuera de mí es en sí un acto neurótico de compensación de las propias heridas no miradas. Todos tenemos parte de esto en mayor o menor medida. La necesidad de pertenecer, de ser valorado por los demás, de sentirnos capaces, especiales, con dones propios que otros no poseen. Todo esto es movido por el miedo, por la necesidad de un lugar y de que este sea el mejor lugar posible dentro de esta vida para poder sentirnos “a salvo”.

Pero imaginemos que alguien nos dice: la vida efectivamente es un supermercado. Pero tú no vas a ese lugar a buscar tu satisfacción, ni siquiera va a aprender a vivir para tener una vida más placida o con sentido. En realidad, vas al supermercado a aprender quién eres. Cada compra, cada elección, cada producto y cada comportamiento que tengas allí dentro, será una extraordinaria información de ti cuando salgas. Nunca se trató de tener una vida más feliz o con menos sufrimiento. Nunca se trató de aprender a vivir. Sino que se trata de aprender del vivir. La vida como maestra. La existencia como el aula donde estudio la asignatura quien soy yo y como puede conectar conmigo.

De hecho, tus heridas son tus recursos, tu brújula si las tomas y las aceptas. Si huyes de ellas y corres hacia el exterior solo podrás fabricar estados compensatorios. Pasiones que, aunque te llenen aparentemente, te quitaran la libertad. Metas o retos que responderán a lealtades invisibles o deseos más o menos inconscientes de recibir tu valor de los demás en lugar de dártelo tú.

Así la expresión del propósito puede aparentemente no funcionar al no dar siempre el resultado deseado. También a veces esto es una lección de comprender que, hacer en coherencia con el propósito y hacer “hábil”, no es lo mismo. Puedo construir con todo el amor de mi corazón con mis propias manos una casa para mis hijos, pero si no la construyo como un buen albañil y no mezclo de forma adecuada el agua, el cemento y la arena, la casa se caerá.

De igual forma, cualquier actividad que sea coherente con el camino hacia mí, será una buena expresión del propósito. Es cierto que la expresión del propósito tiene que ver con mi nivel de conciencia y es por tanto un lugar dinámico. No es algo fijo. Yo hoy avanzo en mi autoconocimiento y creo saber que soy algo que mañana puede que sea capaz de comprender que no soy, que esa identificación solo fue una fase evolutiva. Que soy lo que creo que soy en cada momento con mi nivel de conciencia de ese momento. Y lo que creo que es un propósito vital a los 30 años, igual comprendo que era neurosis, ambición y compulsión cuando llego a los 40.

Ayer creía saber quién era yo y hoy sé que no es así. Es un viaje. Una evolución orgánica y yo es una experiencia que vivo según la conciencia que tengo.

Por tanto, la frustración que muchas personas sienten con el propósito vital, y que me ha llevado a escribir esta entrada de blog, está más relacionada con la expresión del propósito que con el fondo. Es más, una cuestión de forma que de fondo. Si conectamos con el fondo, todas las vidas, en cualquier lugar, en cualquier profesión, con cualquier salud, talento, inteligencia, belleza o duración, son unas vidas perfectas.

Las tradiciones budistas nos recuerdan que el infierno realmente existe, y es el olvido de sí. Es disociarnos para no sufrir y confundir la felicidad con lo que sentimos cuando estamos cómodos o alegres.

La felicidad es un efecto secundario de la conexión con nosotros mismos. Es en realidad como el serrín. Un efecto secundario de fabricar muebles. Los humanos nos engañamos a nosotros mismos cuando confundimos la vida con un gigantesco parque de atracciones donde probar de todo y vivir el mayor número de experiencias intensas, alegres y divertidas que se pueda. La realidad es más esencial, la felicidad, nuestros momentos más dichosos, pocas veces tiene que ver con lo egocéntrico. Con el yo pequeño por delante. Suelen ser momentos de compañía, de compartir, de relacionarse desde el amor, la ternura o la compasión o momentos de inclinarse ante lo más grande, el cosmos o la naturaleza. O momentos de introspección donde esa inmensidad la hemos sentido dentro de nosotros. No suelen ser momentos de yo, en términos egóicos. Son momentos de disolución del ego y del inicio del viaje hacia el nosotros. Son momentos de conexión con algo más grande que nosotros desde lo más profundo de nuestro ser.

No es necesario ser más guapo, más lista, más fuerte, o más hábil que nadie para tener un don. Todos tenemos ese don. El don de mirarnos y de iniciar un viaje hacia nosotros mismos. El don de reunir la curiosidad y coraje de mirar hacia nuestras heridas y de forma contraria a lo que nos pide el instinto primario, en lugar de correr en dirección contraria hacia la salvación o la supervivencia, avanzar en dirección hacia la herida, hacia lo que somos y atravesarla para encontrar al otro lado el inicio del camino que vinimos a recorrer.

“Qué es la vida… la vida es un camino que debemos recorrer y evitar encontrarnos con dragones y enemigos y salir airosos.

Qué es la vida… la vida es un camino que recorremos y cuando nos encontramos con el dragón debemos vencerlo y salir más fuertes y valerosos.

Qué es la vida… la vida es un camino que recorremos y cuando nos encontramos con el dragón, debemos abrazarlo y unirnos con él, encontrando un sentido al camino juntos.

Qué es la vida… la vida es un camino… el camino es el dragón.”

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José Manuel Sánchez Sanz

Director de “El desafío de la conciencia”, del programa de coaching transpersonal, de los retiros de meditación y formador del curso sobre Eneagrama.

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