En este sendero de regreso al corazón esencial, hay cualidades que no solo embellecen la mente, sino que la liberan. Los cuatro inconmensurables, o Brahmaviharas, son esas cualidades: mettā (amor benevolente), karuṇā (compasión), muditā (alegría empática) y upekkhā (ecuanimidad). Se les llama “inconmensurables” porque no tienen límites. Son como el espacio: no hay medida para su alcance.
Cultivarlos no es un lujo espiritual, sino una necesidad para quien desea vivir despierto. Pero cada una de estas moradas sublimes tiene dos enemigos: uno evidente, y otro disfrazado. El primero es su opuesto directo; el segundo, más peligroso, porque se presenta con apariencia de virtud, pero nace del ego.
Desarrollarnos con conciencia en el camino de la vida, supone aprender a escuchar y a mirar, lo que hacemos, lo que nos moviliza, lo que nos asusta y lo que nos amenaza, solo así podremos conectar con el auténtico testigo y ver la forma sutil en la que el ego necesita saberse a salvo cuando la autentica salvación está en tomar lo que hay sin reservas. Aceptar lo inevitable y amar la vida y la muerte tal y como son.
Amor benevolente (Mettā)
Amor benevolente es el deseo genuino de que todos los seres, sin distinción, sean felices. No tiene que ver con afecto, ni con “caer bien”. Tiene que ver con un corazón que no excluye a nadie.
Su enemigo lejano es el odio. El odio es una mente contraída que niega el derecho del otro a ser feliz. Cuando sentimos rechazo o enemistad, el corazón se ha cerrado. Pero mettā abre.
Su enemigo íntimo es el apego. Es el amor que excluye, que necesita, que se aferra. Es el “te amo si…”. Este amor condicionado no libera; enreda. Puede parecer mettā, pero tiene ansiedad y miedo en su raíz.
El cultivo de mettā requiere meditación y acción. Frases como “Que estés bien, que seas feliz, que vivas con ligereza” abren espacios internos. Y también cultivar la amabilidad en lo cotidiano, especialmente con quienes nos resultan difíciles.
Compasión (Karuṇā)
La compasión es el deseo profundo de aliviar el sufrimiento ajeno. Surge naturalmente cuando vemos con claridad el dolor del mundo y sentimos que no podemos mirar hacia otro lado.
Su enemigo lejano es la crueldad, o su forma más común: la indiferencia. Es la mente que ve sufrir y no responde.
Su enemigo íntimo es el sufrimiento empático. Sentir tanto el dolor del otro, hasta que nos abruma, no es compasión, es colapso emocional. El verdadero corazón compasivo es fuerte, no se quiebra; sostiene con firmeza, sin ahogarse.
Practicar karuṇā implica reconocer el sufrimiento, abrirse a él y desear su cese, sin perder el equilibrio. “Que seas libre del dolor, que encuentres paz”, recitamos. Y también actuamos: escuchamos, cuidamos, sanamos, acompañamos.
Alegría empática (Muditā)
Alegrarse por la alegría de otros es una medicina poderosa. En un mundo marcado por la comparación y la competencia, muditā es una revolución silenciosa del corazón.
Su enemigo lejano es la envidia. Es ese dolor al ver al otro feliz. Surge de la ilusión de que la alegría del otro disminuye la mía.
Su enemigo íntimo es la euforia superficial. Una alegría que se alimenta del ego, que se regocija porque el éxito ajeno “me favorece” o me da estatus. No es alegría empática, sino vanidad compartida. El orgullo de ser amigo de alguien famoso, o el padre de alguien que destaca, etc.
Muditā se cultiva con frases como “Me alegro de tu felicidad”. Y también observando cómo respondemos al éxito de los demás. ¿Surge alegría genuina o una punzada de comparación? Este discernimiento es parte de la práctica.
Ecuanimidad (Upekkhā)
Ecuanimidad es el corazón firme que no se tambalea ante el placer ni el dolor. No es frialdad, sino sabiduría encarnada. Es la comprensión profunda de que todo surge y cesa, y que no todo depende de nuestra voluntad.
Su enemigo lejano es la parcialidad: el aferrarse al placer, el rechazo del dolor. Esta reactividad constante nos arrastra como una hoja al viento.
Su enemigo íntimo es la indiferencia disfrazada de ecuanimidad. “Me da igual”, “eso no es asunto mío”. Esto no es sabiduría, es desconexión. La verdadera upekkhā es abierta, amorosa y presente. Es implicación y responsabilidad sin parcialidad ni juicio.
Cultivarla implica aprender a soltar lo que no podemos controlar, y a estar con lo que hay sin cerrarnos. Frases como “Puedo estar aquí, en medio de esto, con calma” nos ayudan a entrenar el corazón.
Practicar los cuatro inconmensurables es practicar el despertar. No es una tarea que se hace una vez y se consolida. Es un camino. Es un entrenamiento diario del corazón. Observar, refinar, abrir, soltar. Cuando mettā florece, dejamos de excluir. Cuando karuṇā brota, dejamos de mirar hacia otro lado. Cuando muditā se enciende, dejamos de competir. Cuando upekkhā madura, dejamos de aferrarnos. Y entonces, el corazón se convierte en un hogar para todos los seres, y el mundo se vuelve un campo para el despertar.
Que cada uno de nosotros, con paciencia y honestidad, cultive estos cuatro portales del corazón. Y que, paso a paso, podamos descubrir la libertad que no depende de nada: la libertad de un corazón inconmensurable.
Si deseas leer más sobre los cuatro inconmensurables, no te pierdas el artículo “Los cuatro inconmensurables: el corazón que despierta”

José Manuel Sánchez Sanz
Director de “El desafío de la conciencia”, del programa de coaching transpersonal, de los retiros de meditación y formador del curso sobre Eneagrama.