El camino de la ampliación de conciencia y el testigo interior

El camino de la ampliación de conciencia es el camino del crecimiento. Es el camino que sentimos necesidad de recorrer cuando el mecanismo que desarrollamos en la vida con el fin de ser felices y no sufrir, no nos funciona.

Cuando sufrimos, en las ocasiones en que precisamente, tratamos de evitarlo.

Cuando no salen las cosas como deseamos o cuando los demás no nos aceptan o no nos aman como anhelamos.

Todos necesitamos ser aceptados, pertenecer, ser reconocidos y respetados; escuchados y tenidos en cuenta.

Todos deseamos ser alguien para los demás y en lo más profundo, ser escogidos por alguien y ser amados.

Todo esto y muchas cosas más son nuestras necesidades que se pueden traducir en una sola: ser feliz y no sufrir.

Pero esto no es algo fácil para nosotros. No sabemos muy bien cómo hacerlo.

El mundo es un lugar sin libro de instrucciones al que podamos acudir para saber desenvolvernos en él. En muchos casos nos resulta hostil. Nos desafía.

Necesitamos conseguir un cierto espacio profesional para satisfacer nuestras necesidades de subsistencia. Cuando además no sabemos satisfacer nuestras necesidades internas, tratamos de suplirlas adquiriendo objetos, propiedades, viviendo experiencias, y todo ello supone tener un mejor resultado profesional, para poder adquirir todos esos objetos y disfrutar de ellos.

El desafío, en realidad, no se consigue solucionar con esas adquisiciones, ni teniendo una elevada vida social, ni siquiera con el éxito profesional.

Parece que hay más cosas dentro de nosotros deseando ser resueltas. Y es ahí, en esa toma de conciencia de que es dentro de nosotros donde están los bloqueos y la necesidad de resolverlos, cuando se inicia el camino de la ampliación de conciencia que, en definitiva, es el camino del autoconocimiento.

Conocer es el primer paso para sanar o para resolver.

No podemos solucionar algo que está escondido para nosotros, en el inconsciente o en nuestros puntos ciegos emocionales. Conocer es la base de cualquier cambio. Si el viaje es hacia dentro, es entonces el espacio para el autoconocimiento. El espacio para ver, no quien soy, sino cómo me comporto, cómo hago, cómo me relaciono y cómo reacciono ante los acontecimientos de la vida; los hechos, las relaciones, los desafíos, las decepciones.

En coaching transpersonal, este, es el viaje esencial.

Acercarnos a cómo actuamos para ir despegando todas las capas de defensa que hemos desarrollado para evitar ser nosotros.

Porque, desde los primeros sinsabores de la vida, hemos adoptado la creencia de que siendo realmente nosotros no tendremos ninguna posibilidad. Que debemos adoptar

alguna estrategia para sobrevivir y tener un buen lugar en la pertenencia, en la sociedad y, por ende, en la vida.

Ser nosotros mismos, sin escudos ni defensas, no es suficiente.

Es peligroso y arriesgado y tiene unas elevadas posibilidades de terminar en el sufrimiento.

Por ello desarrollamos esos escudos, esas defensas, los comportamientos de un personaje que creemos que tiene más opciones de ser comprado en el mercado del amor. Y en lo más profundo, ese alejamiento de nosotros mismos nos condena al sufrimiento. El olvido de sí. La desconexión de lo que somos para sustituirlo por lo que creemos que es mejor ser o más éxito puede traernos ser.

 

El camino del viaje transpersonal es conocer estas defensas, estos personajes y poco a poco, amablemente, mirar debajo, a la esencia.

Sin embargo, ésta no es evidente a nuestros ojos.

Cuando empezamos el viaje de la conciencia, el primer ser que aparece dentro de nosotros es un juez implacable que considera lo que es correcto y lo que no. Después aparece un niño o niña, indefenso, indefensa, que siente emociones desbordadas y rencor por las heridas recibidas y que se considera víctima y legitimado o legitimada para reaccionar de forma desmedida. Más tarde aparece la idea de que tenemos razón y que somos los que ocupamos el lugar correcto y son los demás los equivocados. Y más tarde a veces aparece lo contrario, somos los equivocados siempre y en el fondo sin valor.

Todo esto, si es mirado con dolor, enfado, juicio o desprecio o con egoísmo y necesidad de estar en lo correcto, no nos sirve. Lo maquillaremos, camuflaremos o indulgentemente justificaremos o, al contrario, lo consideraremos imposible de modificar y nos hundiremos en la víctima de nosotros mismos.

 

Hay un camino, una forma en la que podemos reunir el coraje de mirar dentro de nosotros y tomar con compasión y ecuanimidad todo cuanto aparezca… todo cuando se muestre.

Es el testigo interior o la conciencia testigo, o como se dice en el budismo tibetano, el “auténtico” testigo.

El ser dentro de nosotros que lo observa todo, lo contempla sin dejar nada fuera y lo observa desde la aceptación de lo que hay.

No significa que debamos ser laxos o indulgentes con nuestros actos mezquinos o egoístas, sino que incluso estos actos, sosteniendo el deseo de cambiarlos en el futuro, pueden ser vistos como parte del camino, como acciones desviadas de una necesidad humana interna legítima de ser felices y no sufrir.

Esta necesidad no justifica todo, pero lo explica y desde ahí, con compasión y voluntad, podemos aspirar a ser mejores, a evolucionar y a abrir el corazón a la vida tal y como es.

Sin esa conciencia interna ecuánime, sin esa capacidad de mirar sin juicio, los humanos no nos sentimos seguros de explorar en nuestro interior.

Cultivar ese testigo interno es abrirnos al aprendizaje y a la seguridad de que no habrá un castigo interior ante lo que se muestre. A la confianza de que todo puede ser cambiado y mejorado y que el objetivo no debe ser castigar el pasado sino entender, comprender y responsabilizarse de crear un futuro diferente o al menos poner la intención y la voluntad de hacerlo, aunque muchas veces tropecemos de nuevo en la misma piedra.

Aprender que esto será así y que el proceso tiene su ritmo, también es parte del camino.

Este testigo interior en cierto modo supone el límite en cada momento de nuestra posibilidad de crecer.

No podemos comprender y cambiar aquello que no vemos, aquello que está oculto bajo las estrategias de defensa que lo justifican o lo condenan sin comprensión ni aceptación.

Cultivar el testigo es por tanto esencial para poder cambiar y ser mejor persona y atender de mejor manera, esa incomodidad interna que combatimos de forma desviada con la búsqueda de resultados inmediatos que nos satisfagan y que siguen sin cubrir lo que parece un abismo interior.

El acercamiento a ese testigo parte de la escucha, pues los demás a veces nos dirán de nosotros lo que no somos capaces de ver aún.

Su comportamiento también será información para nosotros.

A veces será un coach o un terapeuta el que nos ayude, como testigos ecuánimes externos, a mirar dentro.

Y el entrenamiento de cómo nos relacionamos con todo esto, nos irá dando cierta capacidad de desarrollar nuestro propio coach interno, nuestra conciencia testigo.

De esta forma podremos empezar a indagar en nosotros mismos el porqué de nuestras emociones reactivas y desproporcionadas en algunas ocasiones.

O la búsqueda de las emociones que subyacen a comportamientos, a opiniones, y que a veces no entendemos.

De lo que antes ignorábamos que nos pasa y ahora estamos empezando a aprender a escuchar.

De que podemos parar y mirarnos y descubrir que toda la información está ahí y que puede ser descodificada.

Que la incomodidad y las emociones que vivimos como negativas son un estupendo lugar donde mirar para comprendernos y para desvelar nuestras estrategias de relación con el mundo y lo que debajo estamos pretendiendo proteger.

En este camino, en el cultivo de este testigo interior, hay una práctica esencial.

Una actividad que nos permite reducir el ruido que hace que no podamos dar espacio a esta mirada contemplativa interna llena de compasión.

Me estoy refiriendo a la práctica del silencio.

La escucha de nosotros mismos.

La contemplación desde la quietud de lo que soy más allá de cómo me comporto.

Es a través de la meditación como entrenamos este testigo interno. A través del silencio la mente se calma, deja de defenderse, y todo se muestra tal y como es.

Esto permite que podamos comprender y avanzar, apoyados en la propia mirada compasiva, hacia una evolución.

El camino de la meditación, en sus diferentes formas, es el camino del encuentro con la conciencia testigo y es el camino que abre las puertas al profundo autoconocimiento de quienes somos más allá de como actuamos o nos defendemos.

Si el olvido de sí, dicen las tradiciones contemplativas, es como el infierno en la tierra, la meditación es el camino en dirección contraria.

El camino hacia nosotros mismos. El camino al encuentro del ser. El miedo a sufrir nos aleja de nosotros buscando protegernos y solo el amor y la apertura del corazón puede llevarnos en dirección opuesta.

Ese amor debe empezar por volver la mirada hacia nosotros mismos y reunir el coraje de ver lo que hay y nombrarlo, sin castigos ni excusas.

Desde la sincera mirada que contempla sin juicio de nuestro ecuánime testigo interior.

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José Manuel Sánchez Sanz

Director de “El desafío de la conciencia”, del programa de coaching transpersonal, de los retiros de meditación y formador del curso sobre Eneagrama.

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