La vacuidad o la consistencia del vacío

El Budismo contempla la expresión “vacuidad” o “vacío” como contraposición a la nada. Entendiendo por nada esa mirada humana sobre lo que está vacío de cualquier contenido, sin nada que apreciar ni experimentar. Las palabras no son lo importante. En otras fuentes se habla de la nada como el todo, asimilándola al concepto de vacuidad.

Asumiendo la palabra nada como el vacío egoico, el vacío de lo esencial, y la palabra vacuidad como el vacío de lo no esencial, y, por tanto lo consistente de fondo, podemos entrar a reflexionar sobre estos dos espacios, asumiendo que, al escribir sobre ellos, quedan en un inevitable plano conceptual ajeno a la sustancia que pretendemos reflejar.

Si analizo todo cuanto puedo describir en este mundo que habitamos, todo es algo inconsistente. Es impermanente y por tanto fugaz. Si lo observo desde la contemplación y acepto esta fugacidad de todo lo que acontece, si le dejo de pedir la consistencia, entonces lo impermanente ocupa su lugar humilde y deja espacio a que la mirada pueda ir más allá, al espacio en el que lo impermanente se dibuja. El lienzo donde las pinceladas de lo fugaz emergen y se difuminan de manera infinita.

Así es como lo inconsistente, se diferencia del fondo y nos permite cambiar el orden y poner el fondo como referencia y las fugaces figuras en un baile sin finalidad consistente.

La nada, es en sí la inconsistencia. La ignorancia del fondo. La mirada aferrada a los efímero a pesar de la latente petición de consistencia que todos anhelamos de manera consciente o inconsciente.

La felicidad es, en sí una petición de algo consistente. Algo sólido y estable, buscado en un mundo de formas vacías, de formas efímeras que no pueden devolvernos lo que anhelamos y que nos defraudan una y otra vez en una íntima persecución de lo sólido dentro de una inmensa oferta de efímera banalidad.

Nuestra existencia es una proyección de nuestra mente. El mundo no lo vemos como es, sino como somos y somos una afanosa lucha por no sufrir, por alejarnos del dolor y por acercarnos a lo que sentimos que pueda ser un lugar seguro. Entendiendo por seguro un lugar que nos traerá felicidad y nos hará sentir que somos parte de algo.

Así proyectamos deseos, anhelos, miedos, exigencias, juicios, críticas y derechos adquiridos en algún lugar recóndito de nuestras propias mentes desde una lógica subjetiva que necesitamos seguir creyendo para no caer en una especie de vacío existencial.

La propia expresión vacío existencial tiene que ver con ese lugar del que buscamos alejarnos lo más posible. Ese lugar que nos acecha si perdemos el aliciente de lo terrenal. El aliciente de lo efímero, pero para nosotros real. De lo tangible que está destinado a defraudarnos una y otra vez porque le exigimos que sea lo que no es y nos entregue lo que no tiene.

El vacío existencial es el infierno si parte de la ignorancia, del desconocimiento de lo que es. Si dejamos de aferrarnos a lo material o tangible como reflejo inconsistente de algo más allá, podemos empezar a conectar con eso que está ahí. Detrás de lo fugaz. Detrás de lo aparente. El fondo. Que es aparente vacío. La vacuidad. El vacío de lo impermanente es en sí lo permanente. Lo consistente. Pero no es posible verlo con los ojos de la ignorancia. Con los ojos del miedo o de la necesidad de seguridad. Con los ojos que buscan fuera el valor y el reconocimiento y anhelan llenar el vacío existencial de fondo con acumulación de formas ajenas y desconectadas. Formas que son lo que son. Inocentes acontecimientos fugaces a los que les ponemos el falso peso de nuestra necesidad.

El mundo no es pesado; no tiene solidez más allá de la que proyectamos nosotros mismos sobre él. Le damos una cualidad que no tiene para poder después exigirle que esté a la altura de dicha cualidad, que nunca tuvo ni nos pidió y que no sabe corresponder a lo que no es ni necesita ser.

Asumir la impermanencia de todo lo que acontece, la inconsistencia y fugacidad, coloca la experiencia en el sitio que corresponde. Todo está hecho en el fondo de la misma esencialidad, todo es lo mismo en el fondo y diferente en apariencia en la forma. Mis necesidades profundas son forma, también son fugaces. El fondo es la esencia y tan solo ese lugar puede contener todo cuanto nos acontece.

Cuando meditamos y conectamos con la presencia y la contemplación del ahora, cruzamos de la forma al fondo, de forma puntual pero consistente, y algo se va transformando en nosotros de manera inevitable. No meditamos para alejarnos de los problemas o lo frenético de nuestra existencia. Tampoco meditamos porque nos siente bien o nos permita descansar de nosotros mismos. La meditación es el viaje de la contemplación y por tanto el viaje del fondo. La posibilidad de mirar todo lo que acontece como un observador neutro, incluso aquello que acontece que creo que representa mi yo. Todo lo que soy, lo que siento, pienso y anhelo, es susceptible de ser observado. Todo es inconsistente y fugaz o nada de eso, cuando es observado, puede ser ya más “yo”. Se convierte en una especie de tú, lo que indica que el supuesto yo, es algo diferente. Algo consistente que no puedo observar porque cuando lo hago, es de nuevo un tú.

Yo es fondo y es indiferente de todo el fondo. El fondo nos devuelve que todo es lo mismo, que no hay diferencia entre las formas. Que es aparente. Y que no hay dualidad sino unicidad. Pero desde la dualidad tan solo puedo atisbarlo, intuirlo, experimentarlo sin poder atraparlo, retenerlo o contenerlo. No puedo contener lo que me contiene a mí. Lo que contiene todo. Tan solo puedo experimentarme como ese todo de manera fugaz.

El camino espiritual es un camino de desprendimiento, un camino hacia la nada, un camino hacia el fondo desde la forma. De desegocentrismo, de desidentificación.

Es el descenso hacia la luminosa nada, que todo lo contiene y que siempre estuvo ahí en el fondo, al otro lado de la respiración.

Puedes conocer más sobre la vacuidad en este vídeo de nuestro canal de YouTube.

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José Manuel Sánchez Sanz

Director de “El desafío de la conciencia”, del programa de coaching transpersonal, de los retiros de meditación y formador del curso sobre Eneagrama.

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