“El eneagrama: un viaje al encuentro del ser atravesando la estructura de defensa”
El eneagrama es un mapa de las estructuras de defensa. Un trabajo para entender como nos comportamos y cuáles son los motivadores internos que movilizan nuestros actos y emociones. No es un mapa de características de personalidad o de cualidades. Es un mapa de las heridas y de cómo nos defendemos del sufrimiento.
Todos los humanos nacemos sintiendo el desamparo de la lucha por la vida. Es nuestro sistema automático, diseñado para buscar las mejores condiciones de vida para la supervivencia. Como mamífero, el humano tiene la particularidad de nacer sin estar asentado en sus cimientos.
Esto nos ha permitido sobrevivir ya que el tamaño de nuestro cerebro y su evolución están en un estado lo suficientemente desarrollado para poder nacer e interactuar mínimamente con el mundo, pero no tanto como para tener un tamaño que obligue a la especie a ser más voluminosa.
Esto demandaría unos recursos para la supervivencia que no estaban disponibles. Otras líneas evolutivas de homínidos tomaron este sendero y no pudieron sobrevivir por falta de recursos.
Así, al nacer salimos al mundo mientras lo que somos, lo que sentimos y nuestra estructura de recursos para la interacción con el exterior, está incompleta.
Esto significa, por ejemplo, que en el momento de constituir quien soy, el yo, la individualidad, en torno al año o año y medio de vida, sentimos como organismo que no se nos atiende adecuadamente. Los motivos pueden ser muy diversos desde depresión de la figura cuidadora, a el caso en el que el bebé ansioso muerde demasiado el pecho de la madre y se le da de manera abrupta el paso al biberón, o por demasiada carga de trabajo con otros hermanos, etc…
El hecho es que si, de forma reiterada el niño o niña considera que no se le atiende lo suficiente durante este periodo de tiempo, puede que desarrolle una creencia nuclear en ese momento del desarrollo, de no ser suficiente, de ser menos o de poco valor.
Pero si esto coincide con el momento evolutivo de responder a quien soy en la llamada etapa del espejo como metáfora de ver el propio reflejo por primera vez, entonces el niño o niña, al responder a la pregunta quién soy, responderá soy menos.
Porque es lo que las circunstancias del momento de forma recurrente le están haciendo sentir. Pero una vez superada la fase de establecimiento del yo. Quien soy ya no se revisa, queda grabado en el sistema automático para siempre. Así en el fondo quedará la creencia de “soy menos”. O “no soy suficiente”. Y una vez adulto, saber cognitivamente que es una afirmación falsa, no siempre será suficiente para dejar de sentirla.
En el fondo el conflicto siempre es el mismo. El mundo no está a mi disposición y no me hace sentir seguro. Para sentirme seguro como mamífero debo sentir que formo parte de algo más grande, que tengo una pertenencia y que esta pertenencia no está relacionada con como soy o con lo que hago, sino que es segura porque se basa en que soy amado tal y como soy.
Pero el mundo no me devuelve esto. No me da lo que necesito para sentirme así. Las figuras parentales, los hermanos y los sistemas tempranos como el colegio forman un entramado de relaciones que me devuelven todo el tiempo que debo “hacer” algo o no sobreviviré. La supervivencia no está garantizada y mi sistema automático se pone en marcha para encontrar la manera más estable de sobrevivir.
Así nace la defensa o estructura relacional que me permite crear una especie de sucedáneo de seguridad para así sentirme a salvo y no sufrir. Esto es el eneagrama. No es lo que somos, es lo que hacemos. Es como nos comportamos bajo el control del programa del sistema automático para sentirnos a salvo y no sufrir. Es una defensa y por tanto no es nuestra esencia. Muy al contrario, es la forma en la que modificamos la esencia para generar una apariencia que consideramos con más probabilidades de supervivencia y de pertenencia que la auténtica realidad que queda oculta en nuestro interior.
La esencia transita en el periodo de desarrollo entre los 0 y los 7 años una serie de momentos de dolor y sufrimiento como consecuencia de su incapacidad para sobrevivir por sus propios medios y la necesidad del apoyo del entorno para ello.
Desde ahí el sistema automático genera modificaciones estructurales a nivel organísmico que generan un programa automático de estructura de defensa para no tocar la herida sufrida y alejarse así del sufrimiento. Este programa en sus diferentes versiones supone la estructura de los diferentes eneatipos del eneagrama.
La herida es siempre la misma. El mundo no cuidará de mí, los demás no me amarán como necesito y esto me conecta con una sensación de ser seres incompletos que necesitan del otro para completarse y el miedo absoluto de que el otro no esté disponible para mí.
Los diferentes eneatipos son diferentes estructuras de defensa ante la misma herida, solo que los recursos de defensa para ese sufrimiento son mucho más sofisticados si mi herida es sentida a los 6 años, que a los 3 o a los 2 o a los 6 meses. Esta es la esencia de los diferentes eneatipos. El momento evolutivo en el que el organismo toma la determinación de generar esa estructura de defensa para poder soportar un escenario de sufrimiento prolongado sin riesgo de supervivencia.
Así a los 6 meses, la no atención del mundo se vive como riesgo global, como peligro absoluto y el resultado es la relación con el mundo como la relación con un lugar peligroso. Donde es mejor pensar la vida que experimentarla. Aquí no hay conciencia del otro, todos en realidad es catalogado como riesgo y surge el miedo en estado puro. Este sería el caldo de cultivo del eneatipo 5 o el carácter esquizoide de los tipos de la bioenergética.
Entre los 6 meses y el año y medio, la ausencia de atención subjetivamente vivida se interpreta como ausencia de valía propia y surge ese yo soy menos que antes mencionábamos. Aquí ya surge la emoción de la rabia porque yo soy menos y tú (la figura cuidadora) me abandonas y me das menos también que en la fase anterior de 6 meses. Aquí se gesta el eneatipo 4 o el llamado carácter oral de la bioenergética.
Entre los 1,5 y los 3,5 años la relación con el exterior empieza a tener que ver con responder a la propia iniciativa a la hora de cubrir las necesidades y el conflicto de chocar con los límites o las imposiciones de los padres o figuras cuidadoras en este sentido.
Aquí ya se tienen más recursos y el niño o niña puede ser consciente de sus necesidades y de como cubrirlas y tener que ceder ante la imposición exterior o arriesgarse a perder la pertenencia es un dilema de dolor y sufrimiento que no sabe como solventar y solo logra hacerlo con la renuncia a la conexión con sus propias necesidades a favor de la paz o la armonía en el entorno.
Este es el escenario del eneatipo 9 o carácter masoquista en la tipología bioenergética.
Al llegar a los 3,5 años y hasta los 5 aproximadamente, surge la aparición de la triangulación. Es decir, ya no hay una dualidad entre figuras cuidadoras y el niño o niña, sino que existe la figura materna y la paterna (o al menos dos figuras cuidadoras con criterios y comportamientos diferentes) y el niño puede buscar aliarse más con uno que con otro. Esta etapa es la relacionada con la salida al mundo exterior.
Interacción con los iguales. Explorar. Lo que deseo hacer, lo que me atrae y lo que no. Aquí, con una estructura mucho más compleja por el momento del desarrollo, el niño o la niña, lo que siente es que debe conseguir un buen lugar. Un lugar donde ser visto, tenido en cuenta, valorado.
La valoración aquí es la forma en la que en ese momento del desarrollo sentimos que formamos parte, se nos quiere y tendremos la ansiada seguridad que nos evitará sufrir. En esta época dependiendo de como funcione el entorno y las figuras parentales, es muy probable que el niño o la niña identifique que debe “hacer” para lograr ser visto.
Y si esto sucede, comprobará que si hace lo que desea para su satisfacción, no es lo mismo que si hace lo que su entorno le demanda. En un caso puede obtener el castigo, el reproche o la no felicitación y en el otro obtiene el reconocimiento y la valoración perseguidos. Así surgen los caracteres psicopáticos o los eneatipos 3 y 6. Sustituyendo su forma de cubrir las propias necesidades por las que se consideran correctas o las que son consideradas más exitosas por el entorno.
Entre los 5 y los 7 años, la estructura de recursos del niño o la niña es muy más desarrollada. En esta etapa ya se identifica la necesidad hacia las figuras parentales como necesidad de amor. En este periodo de tiempo, los niños y las niñas sufrirán diferentes desencuentros con la forma en la que sus padres los aman que no coincidirán con la que ellos necesitan y esto les causará dolor y sufrimiento.
Para evitar soportar este dolor, surgirán diferentes estrategias defensivas que tendrán como objetivo no volver a perder, no volver a estar en el lugar de sufrir por el rechazo o la injusticia del amor del otro. Es el escenario de los caracteres rígidos o eneatipos 2, 7, 8 y 1.
Todos ellos establecerán estrategias de poder para estar a salvo del sufrimiento en la relación con los demás. Ese poder se perseguirá desde la manipulación por parte de los eneatipos 2 y 7 o desde la imposición como lo harán los eneatipos 1 y 8.
Comprender el origen de los eneatipos, el lugar donde se fraguó la conciencia de la herida, de estar solos en lo más profundo, es un primer paso para mirar con compasión el propio comportamiento y el de los demás.
Sin embargo, ese es solo el primer paso, tomar conciencia, reconocer que lo que ocurrió efectivamente pasó y que no podemos hacer nada por cambiar nuestro pasado.
Efectivamente no hay espacio para lamentarse de lo que es. Es necesaria mucha comprensión, abandonar la búsqueda de culpables y mirar con compasión todo cuanto ha sucedido. Si bien, compasión no es indulgencia o laxitud.
Muchos de los comportamientos generados por nuestro sistema automático de defensa o eneatipo, también nos reportan beneficios adicionales, y es el momento de reconocer que seguir comportándonos de esa manera supone no asumir las consecuencias de nuestros actos y por tanto eludir nuestra responsabilidad de hacernos adultos y crecer.
Es cierto que parte del viaje es aceptar lo que fue y asumir que no podemos cambiar nuestro pasado, pero esto es solo el primer paso.
Ahora, una vez tomada conciencia, podemos y debemos renunciar a los beneficios adicionales y, a partir de ahora, luchar por cambiar nuestro futuro acercándonos cada vez más a lo que realmente somos.
El precio es perder esa ventaja aparente de seguridad o sostener dolor de manera más habitual.
El beneficio, comprender que tenemos capacidad para sostener ese dolor y el acceso a una vida más coherente con quienes realmente somos.
José Manuel Sánchez Sanz
Director de “El desafío de la conciencia”, del programa de coaching transpersonal, de los retiros de meditación y formador del curso sobre Eneagrama.