Cuando hablamos cotidianamente de distracción, parecería que nos referimos a dos enfoques, a priori, diferentes.
El primero nos dice que, al distraernos, perdemos la atención del lugar en el que en ese momento deberíamos mantenerla y como consecuencia de esta distracción o esta pérdida de la atención, suceden consecuencias negativas o no deseadas.
Así, la distracción o la pérdida de atención puede significar cometer errores, que algo se rompa o que un trabajo no se haga de forma correcta porque requiere de nuestra atención. Al distraernos podemos fallar en algo que estuviéramos pintando o no hacer un buen trabajo con algo que estemos arreglando. Incluso podemos perder oportunidades, hacer mal proyectos o gestiones laborales que requieran atención en los detalles o incluso tener un accidente de tráfico por no estar atentos a lo que sucede en la carretera.
En este aspecto, las personas que tienen problemas para sostener la atención de manera constante descubren que tienen dificultades, en ocasiones, para desarrollar tareas que requieren de una atención sostenida de larga duración para ser realizadas de forma adecuada. Y en general también se descubre que algunos retos que parecen casi inalcanzables son logrados por personas capaces de sostener la atención de forma completa durante un largo periodo de tiempo y en una multitud de circunstancias muy variadas a la vez. Así sucede por ejemplo con algunos deportes o en actividades de ritmos sincronizados, coreografías, equilibrios casi inverosímiles, tocar un instrumento en todo su potencial y una gran cantidad de acciones que, por su dificultad, generan la admiración de los demás.
Cabe destacar que precisamente esa dificultad en parte está relacionada con el sostener la atención en el desarrollo de la acción y en todas las ocasiones en las que esa acción ha sido ensayada una y otra vez hasta alcanzar ese perfeccionamiento.
Hasta aquí el concepto de distracción parece muy evidente y podríamos decir que es catalogado como un acto no deseado. Y también es evidente que la ausencia de distracción supone la posibilidad de alcanzar logros sorprendentes.
Existe sin embargo otro concepto de distracción que parece tener un enfoque muy diferente. Me refiero al concepto de distracción como atractivo. Algo que me mantuvo distraído durante todo un viaje transoceánico de avión es considerado como positivo. Algo que capta mi atención y me saca de lo que está ocurriendo para poder sumergirme en otro lugar aparentemente más atractivo, divertido o entretenido.
La mayor parte del ocio o el entretenimiento se basa en este concepto de captar la atención para sacarla de la monótona o aburrida realidad de ese momento y llevarla a un lugar más atractivo y orientado a un disfrute. La propia palabra “atractivo” ya conlleva el significado de captar, de atraer la atención, como si de un niño pequeño se tratase y se le atrajera sacando un objeto colorido para que se acerque y tenga un comportamiento más acorde a las necesidades que en ese momento tenemos como adultos; que deje de hacer algo molesto que estaba haciendo, quizá chillando o que deje un objeto que no queremos que toque y le seducimos mostrándole otro más atractivo para que suelte la acción no aceptada y tome la nueva seductoramente ofrecida.
Este nuevo concepto de distracción presupone que el momento presente que estamos viviendo es aburrido, monótono y gris o es pesado, lleno de obligaciones o de actividades que, en el fondo, no deseamos hacer y nos incita a distraernos accediendo a un mundo alternativo de películas, series, videos, libros, videojuegos o información en las redes sociales, juegos de azar, o cualquier otra actividad que capte nuestra atención, la saque de esa vida gris y la lleve al mundo del color y el disfrute.
A esto lo llamamos entretenimiento.
En esta segunda acepción, parecería que distraerse es positivo. Es una vía de escape de la vida cotidiana que nos permite relajarnos, reír, disfrutar o estar sin pensar en la realidad durante algunas horas. Sería algo así como un descanso de la vida. Como si pudiéramos apagarnos de varias formas, una fuera dormir y la otra fuera realizar actividades que nos hacen disfrutar y distraernos.
Dentro de esta actividad que nos saca de la realidad, podemos añadir multitud de actividades. Comprar objetos más allá de los que necesitamos, comer más allá de lo que necesitamos, coleccionar cosas, acumularlas, etc.
No hay nada que decir a este respecto. Los humanos pueden pensar que la vida va a transcurrir de todas formas y que cósmicamente es lo mismo ver un partido de futbol durante dos horas, a ver una película, leer un libro, cocinar una comida, estudiar un examen o descubrir una nueva teoría de la física. Es cierto que una mirada nihilista nos diría que los 120 minutos van a pasar igualmente y el cosmos va a seguir igual, moriremos igual y desapareceremos igual y en el futuro seremos seguro polvo y nada más y nuestra existencia se extenderá hasta el último que pueda recordarnos y después… nada.
Desde esta visión parecería que la actividad diaria, el trabajo, las obligaciones, la cobertura de las necesidades obligadas para seguir adelante en la vida que llevamos, necesitan de un cierto descanso, una desconexión, una forma de soltar todo ese peso y poder estar libre de estas ataduras durante un tiempo. En esto consiste el llamado descanso, el ocio, la industria del entretenimiento y del disfrute.
De esta forma los humanos acumulamos viajes, experiencias sensoriales, todo tipo de actividades de disfrute y ocio e incluso en el extremo actividades adictivas, como las redes sociales más allá de lo que muchas veces consideramos adecuado nosotros mismos, el consumo de drogas, el porno o el sexo adictivamente, la comida compulsiva, el juego, etc…
Parecería que distraerse es considerado positivo hasta cierto punto y más allá empieza a ser algo que podríamos llamar excesivo. Algo de distracción sí, excesiva distracción, no…
Si profundizamos algo más, podemos conectar con la distracción desde un tercer enfoque. Podríamos llamar distracción a la ausencia de presencia, a la ausencia de conexión con nosotros mismos.
Así, distraídos estaríamos cuando conducimos mecánicamente hasta el trabajo y no hemos sido conscientes ni de lo que pensábamos. O cuando dejamos que nuestra pareja nos hable y mantenemos la cabeza ida en nada en concreto. Cuando vemos la televisión con tal de no estar presentes, aunque nada de lo que veamos nos satisfaga realmente. Cuando buscamos escapar de la realidad en un anhelo por conectar con algo que no llega y que nos defrauda una y otra vez.
Estar distraídos sería también acumular experiencias externas como viajes o encuentros sociales o sexuales en los que no estamos presentes, en los que estamos más fuera en el mundo exterior que conectados con nosotros mismos en el mundo interior.
En este sentido, distracción también sería estar fuera de nosotros. Estar más pendientes de lo que hay ahí fuera que de lo que sucede aquí dentro. Buscar fuera la satisfacción a los anhelos de dentro y confundir estar ocupado con estar bien. O reírse o ser reído por libros, películas, series o encuentros y no reír desde la elección de estar presente.
La vida presenta multitud de placeres hedónicos, placeres de los sentidos. Estos placeres son agradables y nos mantienen atentos y en el disfrute durante un cierto tiempo hasta que el factor sorpresa o placentero se disuelve. Estos placeres hacen la vida en ocasiones desde muy placentera a muy agradable. Sin embargo, no son consistentes. Una y otra vez, se disuelven y difuminan para volver a dejar las cosas, la existencia, en el mismo lugar en el que estaba.
Distraerse es también esto. Confundir la felicidad esencial, la conexión con nosotros mismos, con el camino exterior, los placeres hedónicos y las distracciones del alma hacia lugares de disfrute sensorial efímero. Disfrutar de estos placeres, distraerse con ellos de manera cotidiana, no es en sí un problema. Es como desviarse del camino esencial y tomar un sendero durante un tiempo. Si somos conscientes de que el sendero es eso, una vereda que no lleva a ningún sitio, que tan solo es un bello sendero que recorrer para después volver al camino, no hay problema alguno en ello. Es como descansar en el rellano de la escalera antes de afrontar el siguiente tramo de subida. En este sentido, la atención exterior y el alejamiento de uno mismo, serían un descanso, una distracción que al ser momentánea o consciente de ser eso, un descanso del camino, no supondría peligro alguno. Si estoy presente y consciente de la distracción, podemos llamarla descanso y simplemente volver al camino cuando hayamos reunido las fuerzas necesarias.
Por el contrario, sin confundimos la vereda como si fuera el camino y si buscamos la conexión y la felicidad en la vida persiguiendo una constante de experiencias hedónicas como un fin, entonces, la vida nos defraudará y la distracción se convertirá en una petición velada, en un deseo de escape o desconexión. Nos lanzaremos a perseguir esos momentos como manifestaciones de una felicidad fugaz en medio de la noche de la existencia y simplemente no funcionará. Seremos reídos en lugar de reír conscientemente y el vacío en nuestro interior no encontrará consuelo en algo que, en lugar de ese descanso consciente, se habrá convertido en la ignorancia. En el olvido de uno mismo. El abandono de la conexión y la búsqueda infantil de que las cosas sean más fáciles de lo que son.
Nuestros deseos internos y nuestras dificultades para afrontar la vida, el vacío existencial inherente a la mirada humana externa, nos esperarán pacientemente para atraparnos de nuevo cuando la experiencia sensorial termine. Encadenar unas con otros no servirá; nuestro vacío nos alcanzará una y otra vez todas las noches de nuestra vida.
El camino de la conciencia no es automático, no es placentero todo el tiempo. Es real. Es conexión. Es esencial y es la aceptación de la existencia tal y como fue, tal y como es y tal y como será.
En este estado, la posibilidad de ser feliz es real. Y los 120 minutos del partido de fútbol solo tienen sentido si podemos vivirlos conectados con esa realidad a través de la conexión con nosotros mismos y con el todo. Solo en la aceptación de la existencia encontrada dentro de nosotros mismos, podemos tener la posibilidad de volver nuestra relación consistente y por tanto sólida y feliz en el instante presente. En teoría, racionalmente, es difícil, pero podemos llegar a comprenderlo. En la práctica, en la vida tangible, es un viaje constante de atención, de no distraerse y de permanecer en el camino. Los placeres de los sentidos estarán ahí permanentemente presentes, buscando atrapar al viajero en sus redes. Antes de que te des cuenta, te distraerás con el ego de como los demás empiezan a llamarte maestro, o con la idea de que sabes más que otros, o con la medida del éxito humano de tus actos, y todo ello serán eso, distracciones del sendero. Cantos de sirena que piden que cedas el timón del navío y, con ello el rumbo, la atención.
El viaje es un viaje de consciencia, de atención, de concentración y de aceptables descansos conscientes. Pero no es un viaje de distracción. No, no te distraigas, porque cada acto despistado, supone una baza que la ignorancia gana. Ese ego te dirá: “Esto ya está mirado, ya hemos llegado, esto ya está controlado”, y si te distraes, no lo comprobarás. Como cuando alguien te dice que ya ha hecho una tarea y después descubres que no era así pero que no lo comprobaste. El ego será un aparente cordial colaborador que te dirá que algo ya está logrado. Que ya trabajaste bien el tema de tu exigencia o la relación con tus padres, que ya por fin estas en la humildad y no te pones por encima. Y esto, no será así. Nunca lo es. Deberás permanecer atento sin distracciones y comprobar todo cuanto te dice, sabiendo que el camino de la ampliación de conciencia es cuesta arriba, que a veces podemos descansar durante un tiempo, pero que en cuanto recuperemos las fuerzas, debemos retomar el sendero.
Se trata de un camino lento, que se apoya en el coraje de sostenerse y la mirada compasiva, que comprende los despistes y las veredas tomadas por camino. Una mirada compasiva que no es indulgente, que no cree lo que el ego le afirma, que sabe buscar más allá, pero que también comprende las dificultades del alma humana y su miedo a sufrir y como, distraerse a veces, creemos que es nuestro único recurso. Esa mirada amable y compasiva con nosotros mismos. Abrir el corazón hacia nuestra alma y nuestro viaje supone la única forma de sostener y apoyar nuestra dificultad que no es otra que el miedo al dolor y el sufrimiento, y supone también la posibilidad de que podamos reunir el coraje de salir de las distracciones y atrevernos a retomar el único camino real.

José Manuel Sánchez Sanz
Director de “El desafío de la conciencia”, del programa de coaching transpersonal, de los retiros de meditación y formador del curso sobre Eneagrama.
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