Nuestro mundo es un mundo complejo. En él la contradicción es parte de su esencia. Si algo está oscuro no puede estar claro al mismo tiempo. Arriba es opuesto abajo. Pronto a tarde. Libre a sometido. Verdad a mentira. Y así podríamos describir la existencia que transita entre el día y la noche, el amanecer y la puesta del sol.
En este mundo, en el que buscamos desesperadamente la supervivencia y más aún, la sensación de seguridad que supone tenerla aceptablemente garantizada, los humanos nos cegamos a nosotros mismos.
La búsqueda del mejor lugar en el grupo o en el mundo para sentirnos a salvo, es en sí una mirada simple sobre este mundo tan complejo y en ese nivel de conciencia el conflicto es inevitable. Las guerras son inevitables. Porque los valores son muchas veces opuestos.
Seguir las normas y sentirnos libres. Esto no es tan sencillo
¿En qué momento las normas que defienden la seguridad y la estabilidad social se convierten en control y pérdida de libertad? ¿Dónde está esa frontera de manera objetiva
Probablemente no existe y cada uno la encuentra de forma subjetiva como consecuencia de su historia de vida y las experiencias que ha ido acumulando en su guion.
En este nivel de conciencia basado en el miedo, la defensa y la supervivencia, el mundo es un conflicto constante. El fuego no se mezcla con el agua, el aire o la tierra. El agua y el aire no se encuentran, ni la tierra con el aire tampoco.
Así la forma en la que miramos no encuentra solución a esta situación y muchas veces sentimos hastío, dificultad y ganas de alejarnos de la realidad tal y como es y aislarnos, irnos al campo, cultivar nuestro propio huerto, ser autosuficiente en luz y agua y alejarnos de la sociedad.
Buscando un lugar puro fuera del sistema ya que el mundo con su sufrimiento y sus conflictos y sus miserias nos expulsa. Nos hace cuestionarnos si la raza humana merece la pena y nos vuelve críticos, cínicos y lejanos.
Otras veces, para poder sostener nuestras almas en un mundo tan desafiante, nos desconectamos, nos alejamos de nosotros mismos y compramos las reglas del juego de la satisfacción cortoplacista, del placer o del poder en busca de vanas ilusiones de felicidad. Y nos volvemos ciegos a lo que es, y ciegos a lo que somos.
Así, si yo compro una tarta e invito a mis amigos a comer tarta, en este mundo ciego, el resultado es que yo como menos tarta que si estuviera solo. Esto, que parece obvio, es lo que hacemos los humanos. Ponemos la prioridad en la cantidad de tarta que vamos a consumir y la sensación de placer o de seguridad que esto nos dé. Y en ese nivel ciego de conciencia tiene sentido acaparar la tarta ya que está en juego nuestra supervivencia. Y en ese nivel de conciencia solo invitaremos a tarta si sentimos la certeza de que esto supondrá una alianza con los invitados que me garantizará esa seguridad y el consumo de futuras tartas que ellos aportarán. Y ese es el único motivo subyacente para invitarlos. Que me hagan sentir a salvo, lo que muchas veces describimos neuróticamente como sentirnos amados.
Gurdjieff, místico y maestro creador de la escuela del desarrollo de la conciencia del Cuarto Camino, ya hablaba de este fenómeno a través de lo que él llamó la ley del tres. Para Gurdjieff, el universo estaba regido por tres fuerzas. La primera, la fuerza creadora o generadora de la primera acción o impulso llamada por él la Santa Afirmación. La segunda fuerza, llamada Santa Negación, es la fuerza negadora o de resistencia a la primera. Se opone al avance de la fuerza iniciadora generando un inevitable conflicto que fomenta una evolución.
Estas dos fuerzas son inherentes a la existencia encarnada y son el escenario en el que los humanos vivimos y nos desarrollamos. Y si no logramos salir de la ceguera de la mirada superviviente, los conflictos serán una lógica consecuencia.
A veces, en nuestra ignorancia, buscamos una lógica que gestione esta lucha de opuestos. Una especie de razón objetiva a la que llamamos a veces “verdad”, que nos permita iluminar el camino de la justa armonía entre los opuestos. Así, creamos normas y reglas o votamos comportamientos políticamente correctos. Sin embargo, la armonía no llega porque la mirada es subjetiva, contradictoria y, por supuesto, imposible de entregar la certeza que se le demanda.
Así pues, en un mundo inconsistente, lleno de contradicción, demandamos valores sólidos, afirmaciones definitivas y normas claras y verdaderas que nos permitan sentir que pisamos un suelo sólido y que estamos a salvo siempre que las cumplamos. Y en realidad, esto no es así, nuestra razón hoy es la sinrazón de las próximas generaciones, y nuestros valores cambian, evolucionan, se modifican y si no lo hacen, se vuelve demagogia y manipulación. Así, la razón es inconsistente y maliciosa, con intereses detrás poco claros incluso de forma inconsciente, que manejan sutilmente la mirada en busca de esa verdad única salvadora.
Mientras permanezcamos ciegos, el mundo será un lugar de sufrimiento sin sentido y un lugar de guerras y conflictos. Y nosotros, en nuestro interior estaremos igualmente en permanente conflicto.
Sin embargo, los humanos tenemos la capacidad de conectar con nosotros mismos y nuestra divinidad interior y generar desde la apertura del corazón, la armonía en medio del caos. A través de la tercera fuerza que Gurdjieff considera esencial para el desarrollo de la conciencia.
Cultivar la percepción y la generación de esta tercera fuerza es la forma en la que los humanos podemos crecer.
Se trata de la fuerza, llamada por él, Santa Reconciliación, que no es más que la mirada que es capaz de integrar los opuestos porque pertenece a otro plano de conciencia.
Es la fuerza que une o equilibra a las dos primeras, generando algo nuevo que crece como consecuencia de esta integración imposible en el plano de conciencia de lo material.
Así la persona que invita a tarta a sus amigos puede incluso no comer tarta porque se agota en el reparto entre los invitados y, aun así, más allá de la seguridad, sentirá la dicha de compartir y entregar felicidad y amabilidad a sus seres queridos y así, dará un pequeño paso desde el yo al nosotros, su ego se difuminará algo y esto traerá una dicha y comprensión más allá de la seguridad de pertenencia o el placer del consumo de la tarta.
Solo ascendiendo a ese nivel de conciencia más allá del nivel del uso o de la lógica de la razón, podremos encontrar la armonía en un mundo de conflicto.
“En medio del campo de batalla producir sabiduría es una expresión de la divinidad” (Sri Sri Ravi Shankar)
Solo abriendo el corazón a la dimensión compasiva y al camino de la empatía, la gratitud y la ecuanimidad, podremos comprender que hay un lugar en el que vivir entre los valores opuestos y encontrar la armonía. Armonía en el caos, luz entre la oscuridad, dicha en el sufrimiento, sabiduría en medio de la ignorancia e inmortalidad en un lugar donde todo muere.
Pero ese lugar no es de este mundo encarnado. Es un lugar que está dentro de nosotros y que debemos traer a este mundo. Es cambiar la mirada, despertar la percepción y conectar con lo que somos realmente y abrirnos a vivir desde ese lugar.
No hemos nacido en un lugar imposible para nosotros. De la misma manera que no estamos en la naturaleza forzados a volar porque no es nuestro lugar. No tenemos alas, no somos ligeros como los pájaros. Nuestro medio más allá de las máquinas que nos permiten hacerlo, no es volar como las aves. Hemos nacido terrestres porque somos animales terrestres y estamos en nuestro medio. De igual forma, este mundo del que a veces queremos huir, evadirnos de muchas formas, es nuestro medio. No es un error que estemos en él. Estamos capacitados para transitarlo desde la sabiduría, la gratitud y la compasión. Para ello debemos despertar. Si seguimos ciegos o desconectados de nosotros mismos, el conflicto seguirá en nuestro interior y el infierno será el olvido de nosotros mismos. Y así escaparemos de la realidad porque nos resultará dura y desafiante y huiremos comprando, viajando, conectados a las redes sociales, rodeados de personas que nos hacen sentir importantes, buscando el amor ciego y fusionándonos en él. Desando perdernos en el otro, en los otros o en lo otro. Para escapar de nosotros mismos y nuestro sufrimiento interno.
Y esto no es algo que hagamos mal. Simplemente es inevitable con la mirada que tenemos de forma automática. Pero en esencia somos mucho más que nuestros miedos y nuestras heridas y si logramos conectar con ello, aprenderemos a ver la luz en medio de la oscuridad y a vivir en paz la no paz.
La mirada de lo transpersonal nos dice que el yo que creemos que somos es el yo pequeño, el de la mirada ciega y la necesidad de garantías de supervivencia. Pero que el yo real es mucho más grande, es un ser nacido de la inmensidad y ahí están nuestros recursos y el sentido de nuestro camino.
La vida humana es el viaje del Alma. El viaje es un fin en sí mismo. Un viaje hacia nosotros mismos y navega en busca de la sabiduría en medio de la contradicción.
“El alma se alimenta de la luz y la oscuridad” (Thomas Moore).

José Manuel Sánchez Sanz
Director de “El desafío de la conciencia”, del programa de coaching transpersonal, de los retiros de meditación y formador del curso sobre Eneagrama.