Llegamos a un mundo que no entendemos, y durante los primeros 7 años de existencia nos vamos construyendo como personas al mismo tiempo que el mundo exterior nos devuelve que no somos su prioridad, que no va a destinar energías ni tiempo a cuidarnos y que este mundo es un mundo difícil.
Todos nuestros sistemas biológicos están diseñados para permitirnos sobrevivir y defendernos del sufrimiento. Y así lo hacen. A medida que vamos conociendo nuestro entorno en el sistema de origen, nuestros padres, hermanos y demás familia y en los sistemas tempranos, colegio, amigos del edificio o del barrio, vamos reaccionando para buscar la seguridad que nos permita sentir que vamos a sobrevivir y no vamos a sufrir.
El miedo a sufrir marca nuestra existencia y cada uno de nosotros define cómo soluciona el problema de la relación con la vida. La relación con el peligro y la incertidumbre, y por tanto, el potencial sufrimiento que nos aguarda a la vuelta de la esquina.
Cada uno establece una estrategia para asegurar el futuro. Una especie de felicidad domesticada.
Algunos son buenos y así pretenden ser queridos, dicen que si a todo, no aprenden a decir que no y luchan de esta manera por un lugar de pertenencia y por tanto de seguridad.
Otros, persiguen destacar, ser los mejores, demostrar valor, lograr resultados y alcanzar metas como posible garantía de felicidad y no sufrimiento. Intento estéril de que las efímeras metas cubran el vacío al que nos expone la existencia.
Otros compran cosas o experiencias hedonistas. Comen alimentos deliciosos y viajan a lugares exóticos. O compran ropa de diseño o acumulan todo tipo de productos o de oferta inabarcable en paquetes de streaming de Tv.
Algunos persiguen conocimiento, aprenden y aprenden de casi cualquier cosa, estudian y acumulan datos, investigan y disfrutan del desafío del aprendizaje.
Otros hacen, hacen constantemente, si se paran, el vacío volverá, así que la finalidad es hacer.
Los hay que se vuelcan en relaciones sociales, conocen a mucha gente y si dan una fiesta en su casa, se inunda de personas a cada cual más divertido y extrovertido.
También los hay que adquieren casas, coches, propiedades de alto valor, fundan empresas, logran imperios económicos.
Otros se casan con personas bellas y tienen hijos bellos y son todos perfectos. Todo está en su sitio bajo control, no sea que la incertidumbre nos pille por sorpresa.
También los hay que toman lo que desean, ejercen el poder y someten a todo el que se ponga en su camino. El poder les ampara de conectar con sus miedos y su vulnerabilidad y les permite sentir una falsa seguridad en el futuro.
Hay otras personas que se consideran víctimas. Incapaces de resolver el desafío de la vida. Y van haciendo que otros asuman su responsabilidad por ellos o simplemente dejando que el universo les caiga encima por entero.
Y existen otros que dicen encontrar la solución en el camino espiritual y lo abrazan para escapar de la dificultad real y se esconden tras una trascendencia no integrada sino refugio de sus propios vacíos internos no escuchados.
Podría describir muchos más ejemplos y, tanto tú al leerlos, como yo mismo terminaríamos reflejados en uno o varios de ellos.
Todos tenemos nuestra estrategia para solucionar la relación con la vida y el vacío que nos produce. Estrategias que nos ayudan a sobrevivir y que se construyen alrededor de una identidad. Una idea de lo que somos. Una respuesta a la pregunta eterna que se responde con el inicio… yo soy….
Ese yo que nos hemos fabricado, es en realidad una máscara que nos permite renquear y seguir avanzando sin que se nos note la cojera. Es lo que creemos que somos y en realidad es lo que hacemos. Hacemos un ser, en lugar de existir como tal. Hacemos como si fuéramos eso, y reaccionamos como si fuéramos esto o aquello. En la creencia de que eso que queremos ser, nos salvará del vacío existencial que todos albergamos dentro.
Pero a medida que la vida va avanzando todas las estrategias mencionadas van haciendo aguas. Van desmoronándose, evidenciando grietas estructurales que según pasa el tiempo se harán imposibles de evitar. El castillo de naipes está destinado a venirse abajo. Es el desafío de la existencia, la vida con su reto, que irá poco a poco derrotándonos es esa persona artificial detrás de la que nos hemos escondido.
Todos los humanos deseamos amar, no sufrir, ser felices y ser amados. Y el no tener esto nos hace sufrir un vacío. Las estrategias elegidas son formas de cubrir el vacío, no formas de amar realmente, que es la única salida posible. Son formas de no sufrir, defensas, estrategias para tapar las consecuencias de sentir el vacío y no el vacío en sí. Todo tipo de comportamientos con el fin de no sentir el vacío, de poder actuar como si no existiera. Ninguna de ellas, afronta mirar al vacío y tomar lo que en él hay. Y cambiar la polaridad.
La polaridad no está en convertirnos en algo para defendernos de la nada. La polaridad es ser lo que somos y sostener esa nada como parte de la existencia y asentir a la vida tal y como es, que no es lo que vemos exteriormente sino lo que nos espera dentro de nosotros más allá de la identificación con lo que creemos que somos.
Más allá de los pensamientos, las emociones, las sensaciones corporales… más allá de las necesidades satisfechas o no. Más allá del miedo. Más allá del dolor.
Cuando alguien viene a un proceso de coaching, viene tratando de que su estrategia de hacer sea arreglada. Ha dejado de funcionar y empieza a ver el vacío de la existencia de forma intermitente, quizá en sueños, quizá en momentos puntuales de incomodidad. El miedo ha vuelto, aunque sea en un plano inconsciente y desea que todo vuelva a ser como antes. Como cuando el mecanismo de quien soy, funcionaba.
La vida no tiene marcha atrás y el despertar, aunque incómodo, es evolución y no tiene retroceso. Nuestro cliente de coaching tendrá que comprender que la persona que es, más bien con la que está identificada y cree que es, debe evolucionar, en cierto modo desaparecer para convertirse en algo nuevo, mucho más conectado con su esencia. Desaparecer es como meterse en un túnel de oscuridad en el que poco ayuda ver algo de luz allá en el fondo. Por eso la cualidad por excelencia para relacionarse con la vida, es el coraje. El coraje de entrar en el túnel y persistir en el avance.
El proceso transpersonal de coaching llevará a la persona a ir aguas arriba hasta el lugar donde se forjó su forma a partir de un barro universal totalmente moldeable. Allí ese barro tomó una figura concreta y se endureció dando lugar a esa identificación y estructura de defensa. Ir más atrás le permitirá conectar con el barro flexible original mucho más cerca de su esencia. Y más allá aún, el viaje le llevará al magma original en el que todo el barro de la existencia es común. Ahí es donde podrá conectar con lo que realmente es y poder iniciar el viaje de regreso para constituir una nueva figura con la que relacionarse con la vida de una forma más plena. Esa figura, como mecanismo automático de defensa, volverá a tender a endurecerse y cuando lo haga, tendrá que volver a retroceder al origen para poder volver a evolucionar.
Este es el camino de la vida y esta es la única forma de poder, poco a poco, vivir desde lo que somos, sin defensas que nos traicionen a nosotros mismos y en contacto con la realidad de la existencia.
José Manuel Sánchez Sanz
Director de “El desafío de la conciencia”, del programa de coaching transpersonal, de los retiros de meditación y formador del curso sobre Eneagrama.